viernes, 2 de diciembre de 2016

Las ganas

Recorro los mismos pasillos de madrugada. Tristemente caballos blancos corren junto a océanos dorados, en la fragilidad del sueño que no llega. Escribo desde espacios muertos, con la torpeza de un hueso sin alma. Pura imperfección, cuando quema mi lengua entre mis dientes imperfectos y moribundos. Me gasto el dinero, y pongo mis ojos en la solidez de un muro de roca que contenga el mar. Sin filtraciones. No existe hecho, sino memoria de la soledad descalza,subiendo una escalera. Y espero tranquilo. Echo la vista atrás, y pienso en los ratos cedidos por otros, de mi misma línea, pero no los conozco, dolientes y callados por el cuerpo vencido, se pierden en la nada, como el humo, sólo hervidos en mi imaginación, como una sopa de pollo escasa, pero natural, sin conservantes ni colorantes. Pero al fin y al cabo 100% cancerigena. Y toco mi pelo. Toda la cultura, todo lo vivido, cede inexorablemente ante el dolor. Nuestros murmullos ni tan siquiera rozarán los límites obscenos de la vida. Me gustaría tenerte a mi lado, y dejarme caer sobre ti, como el error flagrante que busca refugio en la fina y distinguida corrección de unos labios afilados y una mano firme. Y es que ya no me importa. Tener o no razón es una estupidez. Los días, las horas y la sensación son lo que cuentan. El orgullo es un invento del siglo pasado, y a estas horas, cuando ya nadie me espera, cuando ya nadie me cuenta, quisiera derramarme sobre ti con la fluidez y lentitud de un tronco herido de sabía sangrante, que arroya y acaricia cuanto encuentra a su paso. Dulce y suavemente.

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Tener razón. Si fuera fácil alguna vez...

jm dijo...

Lo peor, es que tener razón de por sí, no sirve para mucho.