jueves, 31 de enero de 2019

Febreros alcalinos


Pero ya se sabe,
a pesar del mundo,
la mirada maldita y la llama que nos alimenta,
aquello que pensamos que nos hace interesantes,
por encima de la inmensidad del desierto
y la soledad del océano sin horizonte,
se extingue con el hueco de silencio vacío
que queda tras la despedida del tiempo de los abuelos.

Tanto miedo a la muerte,
por creernos más cercanos a las sombras
 que al olor intenso de la carne
 nos empeñamos en buscar algo parecido al amor.

 Volveremos a empezar en la mitad del ciclo.
 Flores y silencio.
 El jarrón roto y el agua bajo los pies.

 Y a pesar de la negación,
  Aún queda dulzura en tu mirada definitivamente disconforme.
 Me miras, me escrutas y me odias. Quizá me toleras.
 Puede que nos amemos como la inmesirecorde resucitación del caos en cada aspecto de nuestra indolencia.

 Existir como principio, aunque a veces lo olvidamos,
 a pesar del desgaste del aire y del miedo.
 Y del silencio.

 Bendita inexpresividad que yace varada en los estertores últimos de la noche.
Tu cara como en un sueño, furioso, desolado por el viento,
 en el que recorro pasillos y paisajes para encender una luz, y que me des la buenas noches cuando despierto.
 Y busco el vaso.
 Y otra vez pienso que me he equivocado de pastillas.

  Y los atardeceres atenazando el deterioro, súbitos, sedientos, faltos de luz.
 Ahora tras lo peor,
tras ver la mirada apagada en la figura de la ausencia,
 los instantes tienen algo de alcalinos.
Más livianos. Más sencillos.
 Todo sabe mejor con un chorrico de limón.

 Tal vez todo esto sólo sea el arrastre lento y continuo de una percepción que nos devora.
 Mi nombre, mi aura, de animal perfumado.
 Mi vanidad, y las curas de humildad.
  Me describo y me desdibujo, y en mi ilusión busco tu amparo en el recuerdo
que me hace mucho más sordido el depsertar.

Y querer desear,
 cuando el lenguaje, las piernas y la edad
ya no perdonan.
Ni nada responde como antes.

 Que bonito el amor de los pájaros,
 los jóvenes,
 y yo cada día,
 queriendo parecerme más a los perros.

sábado, 5 de enero de 2019

Navidad 2.0

El temblor, pequeño e insignificante ante los ojos de los demás, lúgubre escena de la herida, dilata la sangre y atrapa la carne propia en el gesto eterno y disoluto de la aceptación del final más temido, el roce contra el cristal oscuro, la forma ruidosa del pecho, y el remolino de amalgama negra que extingue insaciablemente la llama en una digestión turbia, angulosa y putrefacta. Así, alma cansada traída desde el silencio, buscas el paso de las baldosas brillantes hacía las constelaciones sagradas. Pero ay de tu cuerpo sin sueño, tu corazón sin rumor, no sabes que se cuenta cuando se ve la muerte tan de cerca. Los segundos que se alargan, y las palabras que no se han dicho, ni los besos que no se han dado, jaula de oro para este trozo de carne pretencioso que ocupó un hueco en este frío espacio. Hoy tu dolor, la fiebre y el vomito de los dragones se sienten diferentes, apagados, vacíos, tan lejos de la luz, pero tan cercanos a mí pesar. La escena, el edulcorante resbaladizo y negro de la navidad, su mentira forrada de cartón rojo. Los labios vibrantes y cálidos que no se han besado. Que magnificencia nos atrapa que de la ilusión de la realidad, creemos sumergirnos cual criaturas celestes en este espejismo de tiempo y espacio prestado. La araña que deambula por el espíritu trepandolo y acechándolo, agasajandolo en su deriva pretenciosa. No son nada para nosotros los tiempos ni los sentimientos, cuando nos aferramos a la voluptuosidad de la materia. Queremos poseer, pero se nos escapan los abrazos, los momentos de amar, la compañía de otros. No existe tiempo cerca de la muerte, tan solo sensaciones. Ten cerca ese cuerpo cálido que amas, siente ese corazón. Vamos a bailar, a pensar en no pensar, a agarrarnos fuertemente mientras sentimos la música y las últimas luces que se extinguen en la fría infinitud del océano.