jueves, 11 de agosto de 2016

Despiertan las noches agarradas a los muros de piedra, con su humedad, con su certera soledad, con su aire frío de gente recorriendo las grandes avenidas. Con su tañido de crujiente modernidad que abruma los pasos cansados del extranjero. En un cuerpo diferente borrado de nombres, el dinero y el semén emergen fuertemente contra el pasado. Viento y nada en la sospecha, en la iniciativa del rumbo confuso hacía ningún lugar. Te dolían los ojos, se te cerraban, ofendían tus destrezas más sinceras, nos lo dijiste, nos lo repetiste, y te ofrecimos cerveza, como el viaje secreto que envuelve al dolor y lo deja caer contra el suelo, como una lagrima salada. Pensaste que todo era una mierda, y te dejamos hablar hasta cansarte. Quizás en el fondo no te escuchabamos, y decías que te dolían los ojos, que apenas los podías abrir, algo en ti dolía, hurgaba en tus adentros, se asomaba al mundo y se refugiaba en la noche, y tú nos lo decías, pero con otras palabras, te dolían los ojos, y nosotros te ofrecimos whisky.