Si nos ponemos a echar cuentas, tal vez viéramos que la primera ametralladora fue la Gatling, patentada en 1862, pero su uso no fue demasiado extendido, ni su presencia llegó a ser concluyente en los campos de batalla. Realmente para hablar de que un invento ha fastidiado a la humanidad o la ha hecho retroceder en su evolución, tendríamos que tener en cuenta que su difusión e impacto fueran masivos. Es en este sentido donde aparece Hiram Maxim, norteamericano que diseñó la primera ametralladora moderna a finales del siglo XIX, y en la que se inspirarían las potencias europeas para el desarrollo de sus propios modelos en vísperas de la primera guerra mundial, y que junto a las alambradas de espino, colapsaría la forma de guerra tradicional que se había mantenido prácticamente invariable desde las guerras napoleónicas.
Respecto a Hiram Maxim, poco se puede decir, salvo que poco después de inventar su ametralladora, se marchó a Inglaterra para registrar su patente y fundar una compañía armamentística que le reportaría enormes beneficios económicos y el reconocimiento del gobierno británico. Además tuvo el dudoso honor de que se bautizaran a sus modelos de armas con su apellido.