miércoles, 6 de abril de 2016

Quake 2 y la instrascendencia de algunas verdades que vuelven a recordarnos un pasado cuestionable


Si tuviera que hablar sobre el juego al que más horas he jugado en mi vida, mentiría si dijera que no ha sido al Quake 2. Hace poco me preguntaba a mi mismo, porque no volvía intentar escribir algo para pasar el rato, porque ni tan siquiera quería intentarlo. Una de los motivos era la inmensa frustración que para mí supone el sentirme incapaz de plasmar cierta trascendentabilidad de algo que a mi me parezca importante, en una situación aparentemente sin importancia.



Hoy mientras disfrutaba de un breve momento fetichista, mirando  la caja, el manual y el cd gastado de la versión original del quake 2 que he comprado por internet, me he acordado de aquel momento ya lejano en el tiempo, cuando yo estudiaba un ciclo de informática, en que Alejandro, un compañero de curso argentino me regaló una copia pirata del juego, que en un principio rechacé por dar por cerrado mi pasado de adolescente obeso enamorado del mundo de los videojuegos. Recuerdo que Alejandro me dijo que cuando él terminaba un juego, se lo regalaba a alguien que le cayera bien. Los juegos originales se los regalaba a otros, pero la copia me la dió a mí, y eso era un cumplido. Alejandro era un buen tio, lo recuerdo todavía, con sus historias argentinianas. Hablaba mucho, pero todo el mundo decía que era buena persona. Alejandro era un buen tio y me regaló una copia pirata grabada en un Cd memorex del quake 2, la cual aún conservo.



Con el CD pirata del Quake 2 llegó el verano. Recuerdo perfectamente aquella época, en la que yo ya había renegado de todo aquello que no fuera útil en pos de intentar buscar un futuro mejor estudiando informática y formar una familia. Pero estábamos en agosto, lo que yo consideraba algo así como el descanso del guerrero, y eran largas las noches en casa de mis padres, en plan noctambulo, despierto hasta las 4 de la mañana sin sentido aparente, salvo estar delante del ordenador en la cochera navegando por internet, cuando internet era casi como un sueño. O quizá yo soñaba con internet. Ansiaba que llegara el momento en que mi madre se acostara, para sentirme completamente cómodo en aquel microcosmos. Uno de los mayores placeres para mi en aquella época era disfrutar la madrugada en otra cosa que no fuera dormir. En esa época empleaba las horas buscando tendencias de programación para aprenderlas, música para descargar, y porno.


Recordar jugar quake 2 en la cochera de casa de mis padres, me transmite muchos recuerdos. Mi padre trabajaba durante la madrugada en un hotel y mi madre me decía que no me pasara y que no me encontrara el despierto al volver a las 7 de la mañana porque se podía cabrear. Yo intentaba hacer caso, y encendía aquel ordenador rodeado de trastros viejos, y arrancaba el quake 2 y deambulaba por aquel entorno 3d que se movía con palicos y cañicas en mi limitado procesador inter celeron, pero recorrí con soltura aquel un mundo oscuro y oxidado, de colores ocres y terrosos disparando armas futuristas contra alienigenas  con mala leche, hasta completarlo. Vi cosas que en aquel momento me impactaron, yo venía del amstrad y la megadrive y cuando veía a marines llorar como locos en las celdas de la prisión de la base espacial esperando la muerte, no me dejaba totalmente indiferente.



Me dijo una vez alguien, una mujer, que para escribir bien se requería leer mucho y haber vivido experiencias, que lo uno sin lo otro no iban a ningún lado, y creo que me parece algo justo. Creo que esa persona no andaba equivocada, pero le faltó añadir otra cosa, y es que yo creo que disfrutar de lo que se escribe, por encima de la opinión de los demás, es la piedra angular de todo. Y a partir de ahí, creo, supongo que se puede llegar a escribir bien para uno mismo, que en estos tiempos que corren, me parece un autentico placer, más que una mera satisfacción personal.

En realidad, todo esto que he dicho, lo podría simplificar y resumir un poquito más. O quizá no.

Me gusta recordar jugar a quake 2 en aquellas noches infinitas de verano, quizá porque  era joven y tenía toda la vida por delante y yo no lo sabía, o no quería darme cuenta. Quizá porque me iba a montar en el titanic y tampoco sabía lo que era un iceberg, pero me gustaba rascar el hielo. O quizá porque a día de hoy,  a pesar de no hablarme apenas con mi padre en aquella época, y pese a nuestros constantes desencuentros durante esos días, sabía que al día siguiente, él estaría allí. Lo podría ver, visualizar nitidamente, pasar junto a él mientras cenaba en el salón a las 19:00 de la tarde antes de irse a trabajar. Lo podría mirar una vez más, sentir que estaba ahí, tenerlo cerca. Y ya hoy, no tendría que limitarme, simplemente a pensarlo.