sábado, 19 de noviembre de 2016

El orgullo, y su fuerza de transición, como un desastre, como el amor y la enfermedad. Enciendes la chimenea, y preñada la luz calla la sombra. Con un transistor que emite intermitentemente señales de dolor y ternura te deslizas ante mí como una fuerza ajena que me hace caer. De la rosa un tesoro, suerte incorrecta infinita, que asoma a la desdicha como un recuerdo. Estornudas y yo te contemplo como a la bebida, mimetizado con las cortinas, en comunión con la nada, ansioso de llenarme de ti. Llueven los números y pienso en salir de fiesta y presumir. Y engancharme a algo cálido que me haga olvidar. La mierda y el espacio. Tanto te anhelo que hasta de ti se me perfuma la sangre. Soy una interrupción, un paréntesis en la tarde agonizante, un tequila y un espacio cuadrado. Salgo de la madriguera con la carne encendida, atravieso el cesped del jardín entre crujientes destellos de hierba rota. Los arboles y los ojos, como un misterio, buscando la estrella polar, como el agua que cae, húmeda, razonable y sincera. Te acoges a mí con la llamada al hambre, te asomas, te restriegas y yo me sumerjo en ese juego de aceros y silencios que de alguna forma me hace sentir cerca de ti.