sábado, 3 de diciembre de 2016
El señor de las horas frías
Él, lento y encorvado, ejercita un musculo y ella está en su pensamiento, obra en su interior un alma de tejido glorioso y dolorido que le hace evadirse de su realidad como en un lento e inexorable paso en un túnel oscuro. Como un virus apetente y astuto. Ella chupará la sal, y sanará momentáneamente la herida, con sus labios carnosos, ebrios de aventura y deseo. Se ofrecerá. Como una lagartija lo recorrerá y saboreará su piel reflexiva y dócil. Él la agarrará del pelo, y mirará su nuca desnuda ante el pelo recogido, le susurrará y con sigilo, una lagrima de saliva resbalará de su boca, y pensará si la quiere más por lo que es, o sólo por satisfacer la necesidad angulosa del momento. Pero se dice a si mismo, todo es cuestión de la situación. Amor y deseo. Forma, pensamiento y primavera animal. Entonces deseará que ella se arrodille ante él, pensando en su gozo, y luego él se arrimará, y se restregará hasta al fin arrodillarse, como buen adorador de la reciprocidad y del buen verso hecho flan. Morder y olvidar. Adiós a la tristeza y bienvenida a la hora bruja, copas con los amigos, y la noche solemne e insalubre abriéndose paso en un camino sudoroso de maná de alcoholes, amor desplegado como luz de fuego a la sombra de las velas y bofetadas continuas a la razón. Él Llevará cuidado por no tropezar con el agua, ni con el desprecio de las personas que a hierro juzgan su avaricia incontinente ante la calidez de la lluvia saturada y ebria. Entonces, sonreirá, mientras mira las botellas satisfechas bajo la caricia de los neones, y volverá a pensar en ella en todas sus situaciones, en todos sus perfiles, virtudes y desdichas. Y pensará en follarla, y luego si cabe, si la ocasión también se presta, quizá también en amarla.
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2 comentarios:
Importante matizar ese orden final
Orden totalmente lógico
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