miércoles, 7 de junio de 2017


Ella tenía su sed. Su sed por conocer. Su sed por saber. La misma que le iba a causar mil y un problemas. Porque no conocía las innumerables ventajas del desconocimiento, del no saber. Del adormecimiento de la inquietud (no alentadora) Quizá era demasiado joven, y no había sufrido lo suficiente. El amor no era más que una piedra sudada, frita e irrepetible, en la que ella no se iba a sentir atrapada entre sus paredes. Nada de historias eufóricas o singulares de amor irrepetible. Al final todo era una cuestión de adaptación y acoplamiento, como un puzzle, más que un libro sagrado, al final todo lo cotidiano tiene un sentido más liviano y práctico, que espiritual. Al final, si lo piensas fríamente, asusta: porque es realmente simple.