jueves, 28 de febrero de 2019



A esas horas, libres y perdidas, en las que la mente está liberada, y las cadenas caen lentas, aflojando la mordaza. A esas horas cuando nadie te reclama y de la oscuridad emerge el deseo erguido, como una figura grabada en los muros toscos de la noche. Los labios, sedientos y olvidados, de un color especial, carnosos, calientes, solitarios, buscan su obscena redención. La pureza, la virtud son un espejismo, una falsa mentira para la carne que desatada busca su justa medida, alejada del espectro social de las mentiras del hombre.Miedo sobre miedo, por temor a perder el amor, la libertad.  El hueco social. ¿que somos cuando nos rompen nuestra ficha de vida ante nuestras narices? Toda tu vida pasa por delante. Y rebuscas presupuestos en los cajones, y encuentras cientos de facturas. Buscas en los huecos, pero no encuentras más que papeles que justifican la nobleza del momento presente. No eres una biografia organizada, sucesión de actos conexos, sino más bien una carretilla lenta repleta de facturas. Muchos días vives la jornada, crees perdonar y ser perdonado, pero acumulas. Y restas. Y así a esas horas, las sombras arrestan a los buenos propositos con cuchillos delirantes de exactiud. No hay luces cálidas para el corazón en el parrtir de media noche. Los pájaros en la madrugada marcan el camino de vuelta, no son sus ecos, sino tu mapa. Tratas de explicarles. Has perdido el sentido de la abreviación. Su indiferencia. La carta desconocida.

miércoles, 20 de febrero de 2019

 La mediocridad,
 inexpresiva,
 acechante como una bacteria silenciosa
 en el estomago que te persigue,
 se acopla a ti, que te acompaña siempre.
 Tu sufres, y ella sufre,
aunque en los manuales de los médicos te digan que ella se divierte a tu costa.
 Es mentira, una gran mentira.
 Todo lo que hay dentro de ti, siente como tu sientes,
 mucho más que cualquiera que pase frente a ti, te sonría y acaricie falsamente tu piel,
Todo lo que contiene tu bolsa de carne va contigo, eres tú.
 Todo lo que te devora y acaricia en silencio,
 te acompaña en cada instante.
 Aunque suene feo,
 Las trampas del sistema,
 y su vertebración endémica milenaria.
 Unos muchos, para unos pocos.
 Ellos dictan las reglas.
 Tú las reescribes en tu pizarra de carne, hueso y sangre
 cada día.
 Para no pensar,
 para no sufrir,
 la mediocridad,
 Como un beso que no das, y te contagias a ti mismo,
 como un paréntesis faraonico en dos líneas,
 que esconde un dolor inmenso.
 Como ese beso que sí que das,
 y de aterciopelada mediocridad,
que ya ni reconoces,
 saliba, deshiela el desencanto.
 Como otro período más de tiempo cubierto
En la urgencia de los minutos
 El aspa sucia de grafito mancillando la casilla blanca,
 vacía, inmaculada.
 Mientras te acaricias la barbilla
 y esperas la respuesta adecuada.
 No somos nada frente a la predestinación,
 el ADN y la probabilidad de enfermedades,
la tasa de mortandad y el vademecum,
 se escapa la respuesta sosegada,
 tu corazón tatuado con cristales rojos escarchados y lamentos de garganta.
 Llegan las facturas y cambian los dígitos en los cuadernos maravillosos.
 Se alejan las orillas,
 y derraman las ramblas en nudos de sudor retestinada en tu ausencia,
 ya no brillas como antes,
se difumina la perfección de la escultura de tus labios,
 no me seduces en el hueco gris de las tinieblas como hiciste,
 como yo me prometí verte,
ante mis ojos,
ya no te encuentro en tu pueblo sagrado de rocas blancas edulcoradas.
 El pensamiento, el espacio, se vuelven miserables
 cuando en la boca misma nos falta una silaba.
 En la esencia misma de lo que eras tú.

jueves, 7 de febrero de 2019



No te entregues, como si nada, no hagas más de este único momento una ofrenda a la derrota. Levántate, toma los libros que detestas y orina sobre sus frías cenizas al alba.
En el amanecer, que tengas de todo, menos arrepentimiento.
Me levanto. Como siempre. De esos días que te sientes como la sombra oscura de las grietas que habitas, como una suerte de espiritualidad cristalizada en la raíz misma del dolor. Y arrepentirme de tanto haber pensado en uno mismo. Y darme cuenta de que quizá me haya vuelto a contradecir.
Mierda. Y otra vez mierda.
Aunque me relaja saber que no existe nada que el fuego y la propia inercia  del tiempo no curen. Veámonos pues en el primer rellano. Si quieres yo me haré el disimulado. Volver a subir la escalera, y recordar perder trozos de mi mismo en cada escalón, bajo el peso de la obscena mentira que devoraba cuanto me rodeaba. Y los rostros que no volveras a ver, que habitan como fantasmas en las bancadas minuciosamente talladas de la exhausta memoria, solamente reemplazables por la dulzura de la caricia de los bellos licores. Un fundido en negro. Un pretencioso mini Big Bang interior, Y los grupos de amigas que te ven, y agarran el bolso por si acaso. Eramos dos sueños, las sombras, lo que eramos. Y ahora delante, Bourbon envejecido en doble barrica. La coraza. El perfume y la mano, los días sin retorno. Las risas con los amigos, descorchado otro atardecer, las nubes espumosas se deshacen sobre la risa cansada. A flote, los huesos y los jarrones. Ante tus ojos todo limpio, muy limpio. Asquerosamente limpio. No teneis ni idea. En el mismo hemisferio el dolor y el destino. Ni placer efimero, ni caldo de sopa que todo lo cura.  Ya no adorna aquel pozo sin fondo mi interior, de todo aquello un recuerdo, un museo, de esos por los que te paseas todos los días. Más allá de la niebla de la existencia perezosa poco más. Como desear no desear. No pensar.
Querer agarrarse a una idea, a una realidad socialmente aceptaday no soltarla. Eso nos dicen todos los días.
Y eso busqué
Mierda. Y otra vez mierda.
Como me gustaría reinventarme, alejado del centro, próximo a tu cintura. Como esperando, el licor de tus besos, dragones obscenos que me recorren el pecho acariciando, y corazones rojos. Tus piernas y el peligro. Cartas de poker vibrantes bajo las luces secretas, y una oscura mazmorra al final del tunel. Inalcanzable, la sed de ahora. Y nunca.
Un nuevo derrumbe, y yo cantando.


Vente y te abrazo.