jueves, 30 de junio de 2016

Calculo bien, trazo el movimiento preciso en mi cabeza, y trato que mi carne y mis sonidos me acompañen al unisono. Como buscando un punto preciso de equilibrio para una maquina que me acompaña. Pero me equivoco, y de alguna manera vuelvo a caer. Me levanto, y quizá pienso, triste y suavemente en algo que me guste de verdad, y que a ser posible cueste dinero y no implique  sentimientos. Me olvido de los parámetros y creo en la firmeza de las distancias cautivas.  Como en la mirada femenina e intuitiva de la carta del Tarot. Y miro su cara. Porque ella cree en su propio desamparo y arrastra las espadas por el campo gris oscuro, como arrasando una herida recién descubierta. Su cuerpo es rumor de sudor y noches de agosto. Crece la corona que rodea su cabeza, como una santa, como una abnegada, pero su mirada es serena, y a pesar de la incomodidad todo queda oculto tras la cortina. Y de algún modo siempre será ella. Como yo, lejos. Como la orilla recién descubierta.