martes, 13 de mayo de 2014
Para nada
De nada le sirvieron las justificaciones, ni mucho menos las reflexiones. En la mañana comenzaron a oírse sus nombres. Poco tiempo después, eclipsada la luz, quedaría la misteriosa búsqueda con su predecible final, en su interminable ascensión. Lo único que se movía trepaba por su espalda. Y él ni se daba cuenta. El sufrimiento y sus peligros ni siquiera le daban crédito ante la envidia. Y era él quien la prendía. Era él quien la olvidaba, era él quien la exorcizaba. Ahora hay una luz roja parecida a la sangre en el televisor que parece devorar el cielo. Y no acierta a saber por qué. Pero ahí está. Cuando pensaba que a lo mejor; cuando creía en la resurrección, cuando la retrataba como a los juguetes frágiles, cuando de mirar a los ojos pensaba que quizá de ahí llegaba el amor. Una gran tontería. Al final se equivocó, y como de todo, algo acabó golpeándolo fuertemente cuando menos lo esperaba. Todo lo que suena metido dentro de un agujero da miedo. Todo lo que se guarda en un agujero perdura hasta que alguien caiga en él. Algo parecido a un reloj. Una adoración insensata de la que ya no importa nada más. Se arroja la vergüenza, tiembla la derrota, asoman esos ojos verdes repletos de sinceridad. Y ahí algo ahí afuera, pesado, cargado de fuerza, como si nadie lo hubiese levantado jamás.
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3 comentarios:
Las reflexiones, en la mayoría de los casos, están sobrevaloradas.
Y casi siempre suelen traer peores resultados que no reflexionar.
Reflexionar, otro truco de marketing.
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