miércoles, 4 de diciembre de 2019

Ciervos y calaveras, como a escondidas los labios mendigando deseos. El teléfono suena una y otra vez con voz de mujer. La verdad lleva siempre fuego en el cuerpo. El encuentro último, y el recuerdo de una perdida. Los dioses no nos escuchan pero montamos historias fantásticas sobre falsos mártires. La suerte y la sombra, los árboles y lejos el mar. Vuelvo a entrar al mismo lugar, y la camarera me dice que pidió una caja de cerveza por mí. Y se me saltan las lagrimas, como si de alguna manera objetiva se te pudieran saltar en un bar. La vi un día de expiación por le noroeste (como otro día de los míos) pero se que si me tomo otra, mañana tal vez no seré si capaz de coger el coche temprano. Me hago viejo. Se me vuelcan los esquemas. Y Una vez más, la luz en su infinita serpiente, y frente a ella, la escafandra. Si sigo hasta el final de la carretera tal vez solamente encuentre la iglesia, sus reglas escritas, sus ecos hirientes. Todo esto para nada. Como un viaje perdido por una ciudad mágica (algo así como Edimburgo) encontrando gente maravillosa que no volverás a ver. Todo estaba tan bien, que hasta incluso cuando teníamos ganas de orinar, encontramos un sitio en un jardín cerca de un viejo ministerio. Daba miedo, aquellas historias de la prisión, los cementerios viejos y sus jardines, y estaba prohibido pensar demasiado, pero La ebriedad te hace ver lo que esconde verdaderamente tu ser, tu boca, aunque por un momento creas, ingenuamente, que sean mariposas.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

Antes o después, todo da miedo