viernes, 4 de marzo de 2011

Mundo viejuno: Blood Bros, porque nunca fuí bueno jugando al futbolín



Hace ya algunos años, cuando todavía me paseaba por el Insti como implicado pseudoactivo en el mundo educativo, era costumbre prescindir de algunas clases de las consideradas como "no necesarias". En esos ratos, en los que el tiempo valía oro, solíamos irnos a realizar varias actividades, entre ellas, la de irnos al salón recreativo (por algo estaban al lado del instituto), sacar unas monedas de 25 pesetas y echarnos unas partidas a algún juego como el Blood Bros.



La historia era bien sencilla, un vaquero y un indio (supongo que bastante resentidos por algún motivo) unian sus fuerzas para repartir pixeles rojos en forma de disparos a todo aquel que se cruzara en su camino por las lejanas tierras del Oeste. Eran los noventa, y los juegos eran bastante sencillitos, y se agradecía. No había que pensar mucho. Supongo que aquello compensó de alguna manera, el desgaste neuronal de las largas horas pasadas (también entonces) frente a una pantalla.

Aquel era un juego para trabajar en equipo. Mi compi era siempre el Ceferino, o en su defecto Paco "el choto", aunque era algo más flojo porque se concentraba menos, siempre estaba más pendiente del reloj que de la partida. Empezábamos en un pueblo cualquiera del lejano oeste, y continuábamos hasta una suerte de ciudad que parecía Las Vegas ardiendo en una noche de verano, mientras un zeppelín trataba de mandarnos de vuelta a la clase de matemáticas. Yo nunca pasaba de las águilas que disparaban bolas de fuego en el desierto, más o menos la mitad del juego (no estaba mal para 5 duros) pero años después el Ceferino y yo nos volvimos a juntar en el ordenador de la cochera de casa de mis padres para desquitarnos con el MAME. Fue una tarde bestial, en la que aniquilamos a toda clase de indeseables, incluidos los decadentes soldados prusianos que nos disparaban boomerangs. Burlamos a la serpiente que lanzaba huevos explosivos con "continues infinitos", y llegamos hasta la guarida del malo malísimo. Y acabamos con él, vengando la frustración que nos provocó años atrás no poder haber llegado nunca hasta allí. Aunque como en la mayoría de los Arcades, el final del juego, era una vuelta a empezar.


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