jueves, 9 de mayo de 2019



Nos aferramos a las letras, a los números,  a la continuada dictadura de la magnitud de sus reglas, y nos olvidamos  del cuerpo y su masa muscular,  de que cientos de insectos mueren en el parabrisas de mi coche todos los días mientras conduzco y me preocupo por el devenir. Me atrevo a pensar si se suicidaran o si la carretera les pillará distraídos mientras deciden a donde ir, y mi coche atraviesa sus diminutos cuerpos y chisporrotean mi visión ante mi continuada indiferencia. Y pienso en el primer café de la mañana. Y me despreocupo de mi carne salada, como la de miles de toneladas a lo largo de la historia, toda mierda nos importa demasiado, mientras se nos pasa la vida, mientras nos miramos el ombligo. Y nos olvidamos de cuantos nos parecemos más a lo salvaje. A lo irracional. De lo que nos gusta follar. De lo que nos gusta disfrutar revolcándonos en el fango, para al final corrernos. En el fondo nos gustaría perseguir a la presa, cazarla y sentir su calor entre nuestros colmillos retorcidos. Aunque esté mal decirlo. Y luego, la culpa.  Cirios sobre las paredes, luz vibrante, tu desprecio, y el corazón veloz que se pervierte, su comezón, y las faldas, las piernas de las erasmus italianas cruzando la Gran Vía. El metal con su sabor peculiar e indistinguible que nos atraviesa claro y contundente como un silencio rotundo.Todo lo que se hace, los sueños enfermos que se acurrucan en los nidos oscuros y llanos de la mente,  y te despiertas de nuevo en mitad de la madrugada desposeída, a las 4:44, con ganas de orinar historias como fuego, de liberarte de toda presión de un modo poético,  pero piensas en volver a dormir para rendir al día siguiente. Y Te acuerdas de ese niño que tiene miedo a cruzar, y luego se pierde en la noche helada. No sentir como estrategia muda para sobrevir. Mirar las rosas, como resurgir efímero sobre nuestras vilezas, sentir tu piel durante un segundo, pensando en no olvidarla, sobrepasando nuestro sudor, disecando nuestra acidez, apoderandose de nuestra palabra lejana, haciéndola huir de la demencia resacosa y misera de la carne.  Caprichosa, jugosa y demencial masa celular que se aprieta contra mis huesos, mientras miro el mundo pasar. Y no quiero pensar en eso, Pero que te voy a decir. Que queda de un muerto cuando su lengua es como goma escondida en los labios. La noche es pura ternura, cuchillos y resignación. La danza y tus manos, atrapando la noche en un suspiro, regresión, sutileza y ternura. Ya no cabe más aire en este viento, que a solas te acaricia, y se regresa, se acurruca y duerme en tu corona.Por encima de todo, en tu ausencia.

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Eres un poeta, pijo.

jm dijo...

@supersalvajuan un poeta de botellín XD