sábado, 7 de mayo de 2016
Y ya van tres
Hay atardeceres que atraviesan con su soledad tu cuarto con la fuerza de un carro de cuatro caballos. Y estéticamente la luz adormecida es hermosa, pero en la palidez del perro ante la hoguera, no tiene más valor que una mierda. Hay tanta perpetuidad en ciertas cosas cotidianas, que asusta pensar que el pensamiento que las imagina no es más que especulación de la carne animosa que sujeta los huesos. Pura subjetividad que se perderá en la oscuridad con la inmensa concurrencia de los puntos distinguidos. Hay cafés que saben a hierros torcidos, circuitos de fuego de gruesa caligrafía trazados por sangre femenina, calles de basta lentitud que acaban en el inmenso pasillo que conduce a tu habitación. Y al final te das cuenta, que todo es nada, que estás como al principio. Algo parecido pero sin igual.
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