II
Estremecido cuando tiene.
Todo Cuanto fuimos ya fue vivido.
Pienso en calma y siento tu mano. Cristales de memoria. La obligación, y el interior de las habitaciones. Trayectoria del pájaro oscuro, que en su hueco de refugio atraviesa la dermis y se hace tuyo. El pecho calentito. Trigo y huevos. Las caricias de los cuerpos, los bares. Todo lo que hecho en falta. El cielo se ha estrellado en un barril, y escribo mi nombre en un documento en negrita que me piden del trabajo. Y que nadie leerá. Como me gustaría soñar sin mí. Libre de aposentos, de reclusiones subrogadas. Ser el aliento de la esperanza, y no la llave de la lagrima seca. Sin zapatos y sin correo me siento más bajito. Desde su estrella él la escuchaba, y ella susurraba bajo la luna mientras el cochero agitaba los caballos en la noche. La noche estremecida, moldeada artificalmente como un sostén indefinido el cuerpo rendido a la evidencia. Y todo ese silencio, las palabras de mamá. Que lejos está. Sangre y metal. No te rindas, no dejes de luchar contra el suave murmullo de la derrota. La ausencia de dolor no es energía para un corazón, leña de un destino compulsivo que se agota en el vacío. Y mi cerebro se despeja del refugio bajo tierra, y anhela, desea. Cuanto me agradaría volverte a ver. Mirar las flores y la tarde con esa luz intensa que todo lo rebaña. Y sin embargo, esta realidad inoportuna. La máscara de los huesos, la ilusión un millón de veces vivida del bombeo de los pulmones, y la pretenciosidad, enérgica, suave de este cuerpo, que ser algo más que espacio ocupado en su recorrido final. El gemido y las bacterias, todo aquello que no vemos pero nos órbita. Nos limita, y nos define. En las entrañas, gentilezas propias del ciclo minimalista de la respiración. Las caricias no te salvaran, porque no vuelven a la mano cuando estas solo. Cuando todo, repentino y quieto se hace eco de ti. Y volar de un salto de página a otro. Perdonar ya no quiero, porque no guardo resentimiento. Me da igual. Años atrás, perdí casi todo,hasta el odio. Que también se fue. Y a pesar de las almohadas acolchadas, de las mujeres fumando, sigo encontrando colillas en el suelo de mi habitación. Y con todo ese dinero, tu cráneo se puede considerar cabeza de un esqueleto afortunado. Un ser a media luz, ya vivido, ya pensado, reciclado y de espíritu reciclado, pero luz única blanca pura y sencilla. Y tú En tu terraza inmaculada, con olor a a azahar, mientras lees una revista en la noche de verano, y no te das cuenta de la salamandra con sus oscuros acuosos ojos almendrados te observa, te circula en la distancia y devora regiones asoladas de mosquitos y arañas ponzoñosas en pro de tu beneficio. Si yo te volviera a ver, sin duda te volvería a esquivar, aunque me dañara, de nuevo, recursiva e irremediablemente por dentro.